jueves, 2 de diciembre de 2010

Abre los ojos...

Yo he visto un hombre de más de sesenta años vestido con trapos, con unas gafas de buceo puestas y una máscara de cirujano sobre la boca recorrer en patinete un vagón de metro en hora punta mientras repasaba con ojos de desconfianza a todos sus pasajeros. Y que ni uno de ellos le diera la mayor importancia.

También he visto a un tipo negro con pintas de Jimmy Hendrix marcarse un solo de guitarra eléctrica a las tres de la mañana en la estación de metro de Rosenthaler Platz. Sin público, ni complejos ni tener ni puta idea de tocar la guitarra. Y como ni un solo de los pasajeros del vagón en el que yo viajaba le diera tampoco la mayor importancia.

Un día también vi a un grupo de cinco tios con pelos largos disfrazados de los Guns N'Roses caminar a lo largo de la Oranienstrasse un viernes por la noche como si fueran los Guns N'Roses. Me he cruzado con Quentin Tarantino, que caminaba por Tiergarten como si no fuera Tarantino y como si nada fuera con él.

He visto a un grupo de manifestantes kurdos ser placados por policías de dos metros de alto y uno de ancho. Y a un grupo de neonazis explicarle amable y abiertamente a un extranjero porque no lo querían en su Alemania mientras se tomaban tranquilamente una cerverza con él. Y al extranjero responder a los neonazis con las razonables razones de su indeseada presencia. Todo un ejemplo de tolerancia e integración.

He visto a conocidos músicos españoles crecidos dentro de las fronteras patrias pasear por las calles de Kreuzberg casi sorprendidos de que nadie les asaltase para pedirles un autografo. Baño de humildad contra la intoxicación de vanidad. He hablado con gente que un día se consideró normal hundida en la miseria, y conocido a tipos que salieron de la miseria y que ahora se consideran normales. He visto a yonkies en Kottie que se mantenían de pie como por arte de magia pese a estar hasta arriba de no sé qué.

He visto a grupos de turistas italianos y españoles entrar gritando en el metro para dejar claro que eran un grupo de turistas italianos y españoles. Y a respetables ciudadanos medios alemanes exigir respeto a los inmigrantes que tenían sentados enfrente, sin darse cuenta de que el respeto empieza por respetarse a uno mismo. He visto repugnantes baños de superioridad y verdaderas acciones de ayuda desinterasada. Por suerte, todavía quedan héroes cotidianos en esta (podrida) sociedad.

He visto a un borracho emborracharse a diario en la misma parada de autobús como si la vida que giraba alrededor de él ya no fuera con él. Probablemente ya estaba mentalmente muerto. Y vi como con la llegada de la nieve su desfigurada y etílica figura desaparecía para siempre de aquella parada.

En realidad sólo hace falta despegarse de la computadora y salir de casa con los ojitos bien abiertos para darse cuenta de la cantidad de cosas que pasan en Berlín. Saltar a la calle sin llevar los ojos pegados a la maldita pantalla de un reproductor digital de música o de un teléfono móvil. Algunas de ellas te podrán hacer reir. Otras, llorar. Y otras, hacer reir por no llorar. En realidad, sólo tienes que abrir los ojos.

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