domingo, 27 de septiembre de 2009

De las elecciones alemanas al Valle del Jordán

Berlín, Alemania: se confirma la viabilidad de una coalición gubernamental conservadora-liberal entre CDU-CSU y FDP. Por delante nos quedan cuatro años de una alianza que recortará impuestos y prestaciones sociales, que dará un viraje (¿neo?) liberal a la economía germana y mejorará los indicadores macroeconómicos de la locomatora europea. Otra historia será la de las familias y los trabajadores con nombres y apellidos, y problemas financieros.

Cisjordania, Palestina: allí no hay coaliciones ni medidas económicas (neo) liberales porque no hay soberanía ni paz verdadera. Recuerdo cuando comentaba a mis amigos israelíes que pensaba cruzar al otro lado, a Cisjordania. Automáticamente me respondían: "No lo hagas, es muy peligroso". Cuando llegué a Jenín, mi primera estación en Palestina (admito que con cierto respeto), fui recibido por sonrisas, extrema hospitalidad y enorme cariño. ¿Cómo puede ser una sola realidad percibida de manera tan diferente? Será el odio, que ciega...

A continuación os dejo con un reportaje publicado en catalán en el revoltoso Setmanari Directa: el Valle del Jordán, un codiciado y escondido patio trasero de Cisjordania en el que el sistema del apartheid regula la vida de sus habitantes.

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El Valle del Jordán: el olvidado y codiciado patio trasero de Cisjordania

Cualquier persona mínimamente informada sabe de las trabas y dificultades que impone el Ejército israelí a los palestinos residentes en ciudades como Jenín, Ramala o Hebrón, en el norte y oeste de la ocupada Cisjordania: checkpoints, decisiones arbitrarias y humillaciones diarias. Menos conocida es, sin embargo, la situación humanitaria en la parte oriental: la franja del Valle de Jordán fronteriza con Jordania. Prácticamente la totalidad de esa región forma parte de la zona C: es decir, se encuentra bajo estricto control de las IDF (el Ejército israelí, “Israeli Defense Forces”, en sus siglas en inglés) y en ella rige por completo la jurisdicción militar establecida por Israel. En consecuencia, el Ejército israelí hace y deshace allí a sus anchas. Mientras en las calles de Ramala, la capital de facto de Cisjordania, la economía florece lentamente y se puede ver un vivo intercambio comercial, la población del Valle del Jordán se hunde poco a poco en el olvido en el que está sumido el patio trasero de Cisjordania.

Pese a las numerosas críticas internacionales, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, autorizó recientemente la construcción de 455 nuevas viviendas en colonias judías ya establecidas en Cisjordania. Un revés a la aparente próxima reanudación de las negociaciones de paz entre la Autoridad Nacional Palestina e Israel. Veinte de esos nuevos bloques de viviendas serán levantados en el Valle del Jordán, donde actualmente ya viven alrededor de 7.500 colonos repartidos en 36 asentamientos. Y es que el Valle del Jordan es una pieza muy codiciada: pese a ser una zona muy seca, el hecho de ser la mayor depresión del mundo le confiere un microclima propicio para diversos cultivos (no en vano, Israel cuenta con numerosos invernaderos para el cultivo intensivo de frutas y verduras); además buena parte del sureste del valle colinda con el mar muerto, lo que la convierte en una zona con un enorme potencial turístico ya explotado en parte por Israel. Por último, es innegable que el Valle del Jordán es de una importancia estratégica capital para Israel, que usa políticamente los asentamientos para poder mantener una fuerte presencia militar en la zona: el Valle del Jordán funciona así como un magnífico tapón de seguridad para Israel respecto a la vecina Jordania.

Pero el Valle de Jordán es más que una potencial fuente de ingresos y una plataforma de seguridad para Israel: es la tierra en la que viven y malviven más de 50.000 palestinos, entre los que se encuentran un buen número de beduinos seminómadas. Mientras la jurisdicción militar asegura una vida digna para los colonos judíos (que viven atrincherados en sus asentamientos), la población palestina tiene que lidiar con las numerosas prohibiciones de movimiento dentro de su propia tierra por “razones de seguridad”, como siempre alegan las fuentes del Ejército israelí. Uno de los mejores ejemplos es la carretera 90 que cruza de norte a sur los 120 kilómetros del Valle del Jordán: la 90 era la arteria que unía el norte de Cisjordania con Jericó (ciudad enclavada en el corazón del valle del Jordán) y el puente de Allenby, el único paso entre Cisjordania y Jordania. Tras el estallido de la segunda intifada en 2005, el Ejército israelí prohibió la circulación de vehículos con matrícula verde (palestina), a excepción de taxis y autobuses con permiso especial. Ahora es una carretera reservada a coches con matrícula israelí (amarilla).

La circulación de palestinos en el resto del valle del Jordán también está limitada: Israel ha establecido en el valle numerosos puntos de control militar (los conocidos popularmente como “checkpoints”), cuatro de ellos alrededor de Jericó: como informa la ONG B’Tselem, que funciona como centro de información sobre la situación de los Derechos Humanos en los territorios ocupados, en 2005 el Ejército endureció las restricciones para los palestinos que pretendían cruzar esos controles. Aunque la situación en los controles es en actualidad más distendida, en general sólo los palestinos que puedan demostrar que tienen su residencia en el valle tienen permitida la entrada. El resto de palestinos de Cisjordania no tienen permitida la entrada al Valle del Jordán: es igual si tienen tierras que trabajar o familiares que visitar. “Palestinos que sean encontrados en el Valle sin permiso, serán entregados a la policía”, afirma el portavoz del Ejército israelí. Cuesta no comparar este sistema de discriminación sistemática con el apartheid surafricano.

Como apunta el informe de la ONG israelí B’Tselem, “el Valle del Jordán es un territorio anexionado de facto por Israel”. Así las cosas, vivir como palestino en el Valle del Jordán no es nada fácil, y más duro es aún para los beduinos: árabes musulmanes tradicionalmente nómadas que han tenido que asentarse ante la imposibilidad de mantener una vida en movimiento. Por lo general, las condiciones de vida de los beduinos son miserables: sus casas consisten en chabolas hechas de plástico y en algunos casos ni siquiera tienen un techo: duermen a la interperie y construyen pequeños corrales para sus animales. Viven gracias a una economía de subsistencia y autoabastecimiento ante la dificultad de poder vender sus productos en mercados de Cisjordania por la prohibición de movimiento del Ejército israelí. La jurisdicción militar impide además que los palestinos construyan casas e infraestructuras, de nuevo “por cuestiones de seguridad”. De nuevo, la imposición militar provoca una situación kafkiana: los habitantes del Valle de Cisjordania no tienen permitido construir en su propia tierra, mientras el Estado de Israel decide de forma unilateral levantar nuevas edificaciones en los asentamientos judíos.

Con todo, incluso en las situaciones más difíciles nacen movimientos civiles: el movimiento de resistencia no violenta del Valle del Jordán pretende llamar la atención de la situación inaceptable que se vive en esta zona de Cisjordania, al tiempo que busca, siempre desde su posición de movimiento independiente, colaborar con organizaciones internacionales y agencias de cooperación extranjeras para ir mejorando poco a poco las condiciones de vida de los habitantes palestinos de la región. El carismático Fathy Khadarat es uno de los líderes del movimiento. Su discurso, en un sorprendentemente magnífico inglés, es claro: sólo desde la participación de los propios habitantes, con su inclusión en los procesos de desarrollo, se podrá mejorar las condiciones de vida en el valle. Fathy da entender que no sólo la ocupación militar israelí es culpable de la situación en el Valle del Jordán, sino que la propia autoridad y las presuntas ONGs palestinas con sede en Ramala hacen menos de lo que podrían para conseguir la llegada de recursos a este olvidado patio trasero de Cisjordania. Un patio trasero olvidado, pero que será fruta codiciada en las más que seguras próximas negociaciones de paz entre la ANP y el Gobierno israelí.

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